miércoles, 24 de febrero de 2016

Confesiones de una madre cansada


Después de unos días de poco dormir y mucho trabajo, al fin he podido dormir 7 horas seguidas. No es que el pequeño se depierte por la noche, ni todo lo contrario, es que simplemente me acuesto tarde, tratando de tener unas horas de creatividad para mí sola.

Me he dado cuenta que este ritmo frenético de criar y crear no me lleva a buen puerto. Invierto muchísimas horas de sueño en trabajar, y al día siguiente estoy irascible.

Sé perfectamente que cuando tengo mucho sueño y estoy cansada, tengo menos paciencia, pero qué le puedo hacer. Dormir más horas a veces no es posible, porque tengo que hacer mi trabajo, y al día siguiente, si a Lorenzo no lo cuido yo, no lo cuida nadie. Al menos hasta que venga su padre del trabajo.

Así que entre tantas cosas que nos proponemos cambiar como madres está la gran lista de "ser asertiva y tranquila", una frase que curiosamente se la robé al famoso presentador de la teve, conocido como "el encantador de perros". (Al fin y al cabo, ambos son mamíferos, algo aplica, jeje)

¿¿Dormir menos horas?? Ya Basta


Dormir menos horas a veces es lo único que podemos hacer para cumplir con todo lo pendiente, entre trabajo, casa y crianza, pero ese es un ritmo frenético insostenible, que nos cuesta en salud, felicidad y a la vez en productividad. Así que me he puesto manos a la obra y he organizado una pequeña lista de tareas para hacer.

Con paciencia, porque tampoco me gusta ser tan ruda conmigo, he ido consiguiendo grandes hitos en mi nueva vida que comenzó con la maternidad.


Lo primero, organizar mi espacio
Lo segundo, focalizar mis objetivos
Lo tercero, reinventar mis sueños,
Lo cuarto, planificar mis tiempos
Lo quinto, quedarme con unas rutinas mínimas, que engloben a Lorenzo y a mí.
Lo sexto, conservar o establecer rituales, tales como agradecer cada día o cada noche, respirar hondo varias veces como en el yoga, mirar la luna y las estrellas antes de acostarme, cantar, bailar y reir lo más que se pueda y sobretodo de una misma y sus historias.

Entonces, hoy me levanté de mejor humor, y parece que la energía se contagia, porque el enano se levantó en la misma sintonía.

En todas estas cosas pensaba yo esta mañana mientras preparaba el desayuno, y luego con el mismo buen ánimo inocente cuando mudé a Lorenzo para llevarlo al parque al tiempo que me vestía, recogía la habitación, y terminaba de hacer y enviar algún que otro presupuesto a un cliente.

Las tres señoras que me crucé de camino al parque me miraron con cara de ternura inusitada y una sonrisa de lado.

Sólo una mamá que estaba columpiando a su hijo fue capaz de decírmelo.

-Perdona, pero por si acaso...Tienes la blusa al revés!!.

(Risas, que no falten)


 

miércoles, 17 de febrero de 2016

Una historia de cómo gestionar las pataletas en público




Se habla tanto de las pataletas y de los "terribles 2 años" que una de las cosas que más temía cuando Lorenzo cumpliera los 2 años es que, llegado el momento de las pataletas, no pudiera lidiar con ellas.

¿Qué es una pataleta y por qué se produce?

En una entrevista que le hicieron a Rosa Jové, en el portal Chile Crece Contigo, ella responde:


"A partir de los dos años, entre los dos y los cuatro años, llega un momento en que los niños empiezan su independencia.  Y esa independencia y ese razonamiento, la única manera que tiene el niño de probarlo es oponiéndose a lo que le dicen los padres.  Es la manera que tiene de fraguar esa independencia.  Entonces las pataletas son buenas, en este sentido, porque nos indican que nuestro hijo está empezando esa independencia" 


Sin embargo, hoy me sucedió algo maravilloso a pesar de que hoy Lorenzo hizo una de sus primeras pataletas en el espacio público.

Estaba cansado y tenía hambre. Habíamos ido al museo, luego al parque y finalmente pasamos por el supermercado a hacer algunas compras. A la salida, nos sentamos en un banco frente a la plaza para que pudiera tomar un yogur que él se había elegido de la góndola.

Después de terminar su yogur, me pidió ir a otro lado y le dije que no, que ya era hora de regresar a casa y preparar la comida. Me dijo: "nos quedaremos sentados un ratito acá a descansar". Asentí, y luego de un rato me levanté y le dije nos vamos Lorenzo.

Él se levantó sin ganas pero obedeció y luego en cuanto dimos 2 pasos, se quitó la gorra y la lanzó con rabia.

Le pedí de buenas maneras que la levantara. Él quería que yo lo hiciera. Le dije que que no podía hacerlo, que viera cómo tenía mis manos cargadas de bolsas de supermercado. (y por otro lado, no quería ceder tan rápido a sus berrinches)

Ahí escaló. Y se quedó firme en el lugar, gruñendo, no gritando, pero empacado y no quería avanzar.

Como lo de "tener las manos ocupadas" no funcionó, enseguida opté por darme la vuelta y decirle que como yo no la había tirado y no era mi gorra, no me importaba y me marcharía con o sin la gorra.

Él dudó. Lo que hizo a continuación fue patearla, como quien se quiere venir conmigo pateando al lado una pelota. Le dije que no podíamos continuar de ese modo. Pero en ese mismo instante, observé que Lorenzo miraba hacia la derecha, y encuentro a un señor mayor, un abuelito, que lo miraba y le sonreía con ternura, al tiempo que le hacía gestos de alguien que recorre algo. Sí, el señor que lo miraba, hacía el ademán de agacharse para mostrarle a Lorenzo, lo que tenía que hacer.

Y Lorenzo, que tiene una atracción especial por las personas de la tercera edad, enseguida imitó al abuelito y recogió su gorra ¡¡y se la puso!! Y se vino conmigo tan contento y calmado. El señor lo celebraba con una amplia sonrisa y a mí no me salían las caras para agradecerle.

Todo es más fácil con ayuda

A esto es lo que llamo yo criar en tribu, la sociedad toda tiene que empatizar más con los niños y sus padres. Cuando yo era más joven, si veía a un niño patalear en un bar o en una tienda, enseguida miraba a sus padres y creo haber pensado "qué niño malcriado", o "qué padres más pasotas". Y eso que nunca me consideré una persona insensible o poco culta.

Sin embargo, hasta que crecí y maduré, nunca se me hubiera ocurrido intervenir para ayudar a una madre con su hijo de ese modo. Y es porque hemos olvidado nuestros instintos de tribu. Y porque sabemos tan poco de los niños y de sus necesidades, como de la maternidad, la que consideramos un ámbito exclusivamente privado, y no es así.

De camino a casa, me puse a pensar en esta anécdota que me conmovió el corazón. ¿Cómo una persona desconocida puede tener tanta empatía por un niño pequeño y ocurrírsele hacer lo que hizo?. Sin duda el mundo de los niños (y de los adultos), sería un mundo mucho más sencillo, feliz y lleno de amor, con pequeños gestos como estos.